...es el nombre del taller que he realizado (22-6-2013) en la Casa del Libro dentro del programa i3, organizado por Vilustrado, a las puertas del comienzo de Ilustratour 2013, siendo los ponentes de las 3 jornadas miembros y compañeros del Colectivo Satélite. En el primer cartel contiene el programa de estas jornadas.
La imagen del evento es obra de Óscar del Amo.
Hablamos de los miedos a empezar, del sentimiento de vergüenza que nos acecha cuando nos hacemos mayores (de fracasar, del no se, del que dirán). Hablamos de como afrontar esos miedos ante un papel en blanco, de que solo hay que apoyar un lápz y moverlo, de la búsqueda de temas a partir de cosas sencillas, una mancha, un borratajo. Hablamos de las necesidades que cubrimos cuando dibujamos, de representar, de crear ideas, de transformar a realidad. Hablamos de analizar lo que vemos y lo que tenemos, de simplificar lo que vemos para reducirlo a formas manejables, de buscar las estructuras físicas de la realidad para poder entenderla y representarla. Hablamos de aprovecharse de las influencias, de aprovechar nuestras fortalezas. Hablamos de las historias, de los puntos de vista, de donde puede residir la verdad, de dejar a un lado ideas proconcebidas y analizar desde fuera, para incluso usar esas ideas en nuestro beneficio.
Les conté el cuento de una Caperucita Roja algo diferente. Les conté la vida de un adorable y mimable conejito. Les conté como podría haber sido la otra cara del Minotauro de Teseo, de la gorgona de Perseo y del dragón de Cadmo.
Hicimos ejercicios para no usar la goma de borrar, de dibujar y transformar sobre la marcha, de que no nos importe la técnica sino la idea a representar. Hicimos ejercicios que intentaran dar la vuelta a pensamientos preestablecidos, dar la vuelta a las historias, intentar romper algunos bloqueos inconscientes, mover las mentes. Una forma de reclamar el dibujo y la ilustración como una fantástica forma de comunicación que perdemos y que cuesta recuperar.
También les dije que no me hicieran mucho caso. ;)
Gracias a los y las asistentes porque iban a ciegas y me aguantaron, algunos que me conocían un poco y otros de nada. Gracias a los chicos de la Casa del Libro. Y gracias a Alberto Sobrino que se acercó, me echó una gran mano, tomó notas de lo sucedido y me aportó muy buenos consejos.